Debemos protegernos, como con una coraza, con la fe y el amor, y cubrirnos, como con un casco, con la esperanza de la salvación.
1 Tesalonicenses 5,8

A veces desearía tener una coraza y un casco para protegerme de las cosas que me producen dolor e impotencia, de las imágenes de niños hambrientos, de las escenas de guerra, de los campos de refugiados, de las mentiras insoportables de los que ganan dinero con la miseria de otros. Que me protejan de las palabras y gestos que hieren, de la indiferencia y de la tensión que producen las escenas de miseria por un lado y la frivolidad y superficialidad por el otro.
De hecho, cada uno de nosotros lleva puesta una coraza como un mecanismo de defensa. ¿Pero cuál es el precio? Hace un tiempito hablaba con un conocido sobre cuántas veces hemos sido engañados por personas que nos sacaron algún dinero con cuentos fantásticos. Mi conocido dijo que tiene resuelto el problema: Que como no le cree a nadie, no le da a nadie. Los humanos tenemos la capacidad de cubrirnos con una coraza, pero el precio que pagamos es la insensibilidad. Lo mismo pasa con nuestra conciencia. Poco a poco, si no le hacemos caso a su llamado, va perdiendo su sensibilidad, y al final quedará totalmente cubierta como por un callo. Es allí cuando las situaciones ya no nos llaman la atención, nos acostumbramos a todo.
Nuestro texto habla de otra coraza con la que estamos cubiertos en nuestro peregrinaje en el mundo: “Debemos protegernos como con una coraza, con la fe y el amor y cubrirnos como con un casco con la esperanza de la salvación”. Esta es una armadura bien frágil, podríamos decir. Sin embargo, nada es más resistente que la fe, el amor y la esperanza. Porque a través de ellas estamos bien unidos a Cristo mismo, que nos cubre con su presencia. Entonces lo que nos sucede, pasa por un filtro, lo que nos hiere, lo hiere primero a él. Si las imágenes de los niños que mueren de desnutrición nos duelen, cuánto más le dolerán a Él. Él es así. Siempre ha sido así. Solidario hasta las últimas consecuencias.

Karin Krug

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