Que prediques el mensaje, y que insistas cuando sea oportuno y aun cuando no lo sea. Convence, reprende y anima, enseñando con toda paciencia.
2 Timoteo 4,2
¿Y qué tal tu paciencia? Yo debo confesar que a veces no tengo mucha. Me cuesta esperar. Los días que preceden a la Navidad o a mi cumpleaños parecen eternos. No quiero esperar, solo quiero que llegue la fecha. A veces tampoco tengo paciencia con otras personas: “¿Cuánto más necesitas?” o “¡Ya te lo he explicado mil veces!” son frases que yo podría decir, sin dudas.
Puedo ser realmente impaciente, especialmente cuando observo el mundo a mi alrededor. ¿Cuándo terminarán finalmente las crisis? ¿Cuándo acabará la pobreza? ¿Cuándo serán derrotadas las enfermedades? ¿Cuándo todos tendrán suficiente para comer? Me pregunto por qué las cosas son así y por cuánto tiempo más seguirán así, o si acaso empeorarán. ¡No quiero esperar más! ¿Qué puedo hacer? ¿Paciencia? ¡No, no tengo!
¡Pero espera un momento! ¿Cómo será todo eso para Dios? ¿Cómo maneja todo? Si reflexiono sobre cuánta paciencia tiene Dios con- migo, con nosotros, los seres humanos que habitamos en esta tierra, llego a la conclusión de que tal vez yo mismo podría ser un poco más paciente con mi entorno, con los demás y conmigo mismo.
Pero eso no significa ser menos apasionado en lo que hago. Como cristiano, creo firmemente que Dios está de mi lado, animándome y diciendo: “Vamos. Juega con la pelota, que es el Evangelio, hacia adelante, con paciencia. A veces puede ser que no funcione, pero inténtalo de nuevo. ¡Con paciencia!” Esa es la tarea cotidiana de todos nosotros: cumplir bien con nuestro trabajo, en equipo, aquí y en todo el mundo.
Dios, danos paciencia en las adversidades y en los momentos de alegría, para que podamos desempeñar nuestro trabajo de manera eficaz y llevar el mensaje del Evangelio a todas las personas. Amén.
Philipp Raekow