Y el Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!” Y el que oiga, que diga: “¡Ven!” Y el que tenga sed, que venga; y el que quiera, que tome gratuitamente del agua de la vida.

Apocalipsis 22,17

El Evangelio de Mateo nos regala en el capítulo 20 una parábola tremendamente perturbadora de la lógica del mercado. Comparable con estos versículos de Juan en el Apocalipsis.
La Nueva Jerusalén, recorrida por un “Río de agua de vida” que nace del trono de Dios, es tan distinta, tan radicalmente nueva para nosotros y nosotras que no llegamos a imaginarlo, que el único requisito para venir a este Reino sea necesitarlo y que su costo sea gratis… aunque, claro está, que no todo vale lo que cuesta.
Como bien explica Lutero, la justificación de Dios es por gracia ya que no habría forma en que el ser humano pudiese pagar. Así de sim- ple, no poseemos nada equiparable al amor incondicional de Dios, de manera que, si no lo recibimos de gracia, no podemos acceder a él.
Entonces nuestro aporte de membrecía, nuestro “dosmo”, “diezmo” o cuanto sea, no está pagando la entrada a ningún reino, está sosteniendo la tarea misionera de su comunidad o su iglesia, está compartiendo solidariamente las cargas del anuncio y la vida en el Evangelio, compartir que tiene su antecedente en el libro de los Hechos (2,44-45) y necesitamos refrescar regularmente.
Dios nos llama a su Reino sólo por amor, incondicional y pleno de Gracia; ¿qué otra cosa podríamos hacer que sostener solidaria y generosamente la tarea de la comunidad toda? Hacer visible el amor en el día a día con nuestros prójimos, en los diversos rostros de Cristo que nos son regalados por Dios.
Reunidos o dispersos, contigo estaremos. Tu gracia nos diste; tu gracia daremos. (Canto y Fe N° 102)

Peter Rochón

Apocalipsis 22,16-21

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