Ya no tiene importancia el ser griego o judío, el estar circuncidado o no estarlo, el ser extranjero, inculto, esclavo o libre, sino que Cristo es todo y está en todos.
Colosenses 3,11
En los versículos anteriores, el apóstol Pablo aconseja evitar conductas que empobrecen al ser humano y no son dignas de alguien que tiene filiación con Cristo. Su objetivo es que entre los creyentes haya relaciones sanas y saludables para mantener la unidad y asegurar que el testimonio al mundo sea creíble. La proclamación es el comienzo, pero la transformación de la persona es el resultado del poder del amor de Dios. Este amor apunta a derribar las barreras que nos imponemos o que nos imponen como sociedad, tales como leyes, prejuicios étnicos, clases sociales y géneros, de modo que no tengan poder ni relevancia en la vida y el ser de la comunidad que se nutre del amor de Cristo. Vivir más según la gracia y menos según el legalismo es lo que necesitamos como iglesia. No tanto estructura, sino más vivencias comunitarias donde se vislumbre y practique un nuevo paradigma de convivencia y hermandad. Comencemos por casa.
Jorge Buschiazzo