Entonces Salomón reunió ante sí en Jerusalén a los ancianos de Israel, a todos los jefes de las tribus y a las personas principales de las familias israelitas, para trasladar el arca de la alianza del Señor desde Sión, la ciudad de David.
1 Reyes 8,1
El arca de la alianza era un objeto que contenía las tablas de los diez mandamientos y que fue construida de acuerdo a medidas y características solicitadas por Dios. Tanto la construcción del templo como la del arca y muchas otras determinaciones que fueron seguidas por el pueblo de Dios, nos hacen admirar esa obediencia. En verdad la vida de ese pueblo de Dios del Antiguo Testamento como la vida de los cristianos del Nuevo Testamento y la vida de nosotros tienen que ver en gran parte con la obediencia. Hay un acuerdo, una alianza, un pacto que, para que llegue a buen término, necesita que ambas partes cumplan con lo prometido o pactado.
Y allí somos invitados a pensar en nuestra relación con ese Dios que siempre nos ofrece una nueva alianza, un nuevo acuerdo, una nueva posibilidad. Cada día Dios nos da la chance de aceptar también nosotros ese acuerdo, viviendo con amor, respetando al prójimo, siguiendo sus mandamientos que nos quieren ayudar a tener una vida plena. Cada mandamiento, cada propuesta de Dios, cada nueva posibilidad nos abre la puerta para que nuestra vida sea de alegría y para superar aquello que nos resulta difícil de entender.
Que esa importancia tan grande que fue tenida por el arca de la alianza que contenía los diez mandamientos podamos mantenerla, no como un fanatismo por un objeto y sí como una manera de considerar que la alianza que Dios nos propone es muestra de su gran e incondicional amor por cada uno de nosotros, y que en nuestra forma de vivir, pensar y actuar podamos cumplir nuestra parte de la alianza pues Dios ha cumplido, cumple y cumplirá siempre la suya.
Armando Weiss