Mientras tanto, hermanos míos, alégrense en el Señor.

Filipenses 3,1

Pablo les pide a los de Filipos que se alegren. ¿Hay razones para ello? Aparentemente no. Hay obreros malos, perros y falsos circuncisos que acechan a la comunidad, que difaman, siembran dudas, desvían de las enseñanzas de Pablo. Sin embargo, ante tanto peligro, el apóstol pide que vivan en alegría. El pedido de Pablo apunta a que ellos puedan valorar lo que ya tienen, y no amargarse por lo que les falta.

El tesoro más grande que tienen los filipenses es haber recibido el Evangelio y aceptado a Cristo. No hay otro. Por eso deben alegrarse y no perder esa dicha por las dificultades que atraviesan dentro de la comunidad.

Si esperamos tener y vivir en una comunidad perfecta, nunca estaremos satisfechos; siempre nos falta algo, siempre sentimos la piedrita en el zapato. Eso ocurre porque olvidamos y no valoramos lo que ya poseemos: el Evangelio del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

Poder celebrar nuestra fe, los sacramentos y tener nuestros corazones dispuestos a servir al que sufre, es el tesoro de la Iglesia. Lo demás podemos considerarlo como pérdida frente a la ganancia de Cristo, como dice el mismo Pablo.

Cuando en nuestras celebraciones vemos caras largas, signos de cansancio, falta de cariño de los unos por los otros, podemos decir que no estamos valorando el tesoro del Evangelio y de la gracia de Dios. Sólo cuando podemos reconocer lo que Dios ya nos ha dado, nuestros rostros manifestarán la alegría de ser comunidad del Resucitado. Amén.

Atilio Hunzicker

Filipenses 3,1-11

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