Jesús dijo también: “¿A qué se parece el reino de Dios y con qué puedo compararlo? Es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo, y que crece hasta llegar a ser como un árbol, tan grande que las aves se posan en sus ramas.”
Lucas 13,19
Recuerdo en la plaza de la ciudad en la que vivía, había un gran árbol de pino que al atardecer se llenaba de Morajúes. Estas pequeñas aves venían en bandadas. Eran realmente muchos. ¡No dejaba de sorprenderme como todos podían caber en ese árbol!
Así es el Reino de Dios, crece y crece hasta tener lugar para cobijar a todos y todas quienes quieran entrar en él.
Allí no hay diferencia alguna. No importa a qué club o partido político pertenecemos. No nos separan por clases económicas, sociales o religiosas. No es burocrático y no se necesita llenar ningún papel para que nos atiendan y nos admitan.
No necesitamos ser todos iguales para pertenecer a este Reino (como los pájaros que se cobijaban en el pino). Todos estamos invitados a entrar en él.
Al Reino de Dios lo encontramos en todas partes. En las pequeñas actitudes como un abrazo consolador, una palabra de esperanza, una sonrisa de confianza, escuchando al desamparado, ser paciente con el desesperado y tolerante con el que piensa distinto. El reino de Dios está en el pan compartido, el tiempo dedicado y la manta cobijadora. En pequeños gestos de amor que transforman nuestras vidas y la de nuestro prójimo.
Vení… No te quedes afuera que el árbol es grande y sus ramas son fuertes. Hay lugar para vos también. Porque todos somos importantes.
Gracias, Señor, por el regalo de tu Reino que nos une, reúne y nos hace uno en tu inmenso amor. Amén.
Silvia Noemi Bierig
Lucas 13,18-21