Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.
Efesios 6,16-17

¡Ojalá tuviéramos algo similar: un escudo de la fe, un yelmo de la salvación y la espada del Espíritu! Especialmente el día en que el mal aparezca, tarde o temprano. En el capítulo 6 de su carta a los Efesios, Pablo tiene en mente el equipo de un soldado romano de infantería y describe en detalle las distintas partes de la «armadura de Dios». Llama la atención que casi todo el equipamiento está diseñado para la protección y defensa personal. Solo “la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios,” puede utilizarse activamente en el combate. El arma ofensiva de una persona cristiana es la Palabra, la Palabra de Dios, para defenderse de los ataques diabólicos.
Una amiga mía, que creció en la época comunista de la República Checoslovaca, me contó la historia de su papá, quien era un pastor protestante en esa época. De vez en cuando, el servicio secreto lo visitaba para persuadirlo a colaborar con ellos. Lo presionaban para que les proporcionara información sobre los miembros de la comunidad. Él los escuchaba y generalmente respondía: “No tengo más tiempo para ustedes, pero antes de irse, por favor, oremos a Dios”. Y ellos se retiraban…
Solamente estas palabras desarmaban al servicio secreto, o en palabras de Pablo, a los poderes diabólicos. La palabra adecuada puede desarmar la falsedad, el adoctrinamiento, el reclutamiento y la seducción de lo que amenaza la vida.
Que podamos refugiarnos en la palabra de Dios, ya que puede ser una muy buena espada para desarmar lo malo.
Oremos: Dios, danos una armadura que nos proteja. Fortalécenos con tu Palabra para que podamos andar por nuestras vidas con amor y misericordia. Amén.

Enno Haaks