Sábado 24 de mayo

 

El ángel me mostró un río limpio, de agua de vida. Era claro como el cristal, y salía del trono de Dios y del Cordero.

 

Apocalipsis 22,1

 

Esta descripción de la nueva Jerusalén, que nos relata Juan, nos muestra la nueva creación liberada de los efectos del comportamiento de la humanidad. Al mirar estos últimos pasajes de la Biblia, se puede empezar a contemplar la hermosura y la grandeza de lo que Dios va a hacer una vez que quite todo aquello que genera daño.

Es importante comprender que la vida especial se origina y surge de Dios, y es mantenida y sostenida por Él. Toda forma de vida que vemos es mantenida por Dios. El pasaje utiliza el agua como dador de vida que fluye generosamente para transmitir vida a todo lo que existe. El agua como “agua viva” está presente en muchos textos de la Escritura: Ezequiel, en su visión, describe un río que fluía desde el templo y se hacía más profundo a medida que avanzaba, dando sanidad y vida por doquier (Ezequiel 47,1-12); Joel escribió sobre “una fuente de la casa del Señor” (Joel 3,18); Zacarías profetizó que “saldrán de Jerusalén aguas vivas” (Zacarías 14,8); Jesús nos ofrece el agua de vida eterna (Juan 4,13-14).

El agua es un elemento esencial para la vida; satisface nuestra sed, refresca y limpia. Espiritualmente, el “agua viva” nunca es neutra ni pasiva; tiene la capacidad de transformar el mundo, eliminar la contaminación, purificar, redimir los pecados y santificar.

El ofrecimiento de Dios sigue vigente; Él da el agua viva para todos. Espiritualmente, no podemos vivir sin propósitos ni razón, ni amargados; la fuente está ahí, la oferta es gratuita, el caudal corre generosamente para abarcar y solucionar todas las necesidades. El requisito es tener sed y desear saciarla.

 

Alicia M. Wagner

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