Sábado 25 de enero

 

 

Pues bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno de ustedes es un miembro con su función particular.

 

1 Corintios 12,27

 

Desde hace varios años, en la comunidad de fe en la que participo, un grupo de miembros organiza ventas de comida para recaudar fondos destinados a cubrir costos de medicina de alta complejidad, a la cual muchas personas no tienen acceso. Este grupo solidario, compuesto por varios matrimonios, surge como iniciativa de uno de sus integrantes. Se enfocan en ayudar a personas afectadas sin importar su afiliación religiosa y sin imponer condiciones. Por ejemplo, una señora con problemas graves de visión pudo pagar los gastos de su cirugía gracias a los fondos recaudados en una carneada para la venta de asado con cuero y chorizos, comida típica de la región.
El uso informal y particular de los dones, en beneficio de los necesitados, no siempre se reconoce como una forma de diaconía comunitaria. A menudo, estas experiencias colectivas reinventan espacios solidarios en los márgenes institucionales.
De esta manera, la diaconía adopta una impronta comunitaria autogestionada, desempeñando su función específica como parte del cuerpo de Cristo. Estas son experiencias de vida y fe compartida, donde la interacción humana con lo divino se hace presente. La comunidad trasciende las paredes de la iglesia para celebrar la fe en Jesús, creando espacios solidarios, dinámicos y de reciprocidad, como una forma diversa de vivir la salvación.
El cuerpo de Jesucristo es una presencia salvadora y restauradora que se revela a menudo en lugares inesperados, en espacios antes desconocidos y poco tradicionales. Por lo tanto, estamos desafiados a reconocer todos los diferentes modos de servir, pues: “Muchos son los dones, uno el amor, el amor de Cristo…que nos hace uno” (Canto y Fe número 252).

 

Norma Guigou

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