Porque toda plenitud de Dios se encuentra visiblemente en Cristo.
Colosenses 2,9
En Cristo, nuestro Señor, habita toda la divinidad. Es difícil conceptualizarlo de manera más clara y precisa; en Él reside toda la plenitud, no una parte ni a medias, sino toda la plenitud de Dios Padre. Con estos versículos, la Palabra nos invita a reflexionar: ¿Estamos listos para vivir en Cristo o seguimos escuchando la opinión de falsos amigos? La respuesta a esta pregunta es: Vuélvanse a Él, vuélvanse a Cristo.
“En Él, también ustedes han sido circuncidados; en el bautismo fueron sepultados y resucitados con Él. En este versículo, la invitación es clara: liberémonos de todas aquellas ataduras superficiales”. Esta frase nos indica un nuevo nacimiento, un nuevo comienzo, afianzados y confiados en Cristo como nuestro Salvador.
Lo verdaderamente importante es discernir si nuestro espíritu, como cristianos, ha renacido; si hemos aceptado la divinidad de Dios a través de Cristo, o si lo hicimos solo de palabra. Al bautizarnos y morir con Él, murió el pecado, y resucitamos unidos al Cristo vivo, ese Cristo de amor, compasión y misericordia.
Dios, al entregarnos a su primogénito, nos salvó, nos liberó y nos perdonó. Si renacemos en Él con un nuevo espíritu, estamos unidos a Él y somos parte de su nueva creación de amor. Somos salvos.
¡Cristo, nuestro Señor, ganó la batalla y dio su vida por nosotros! Quedémonos arraigados a Él, como Él quiere que vivamos la fe: amándonos los unos a los otros, así como Él nos amó.
Paola Dietze