Les dejo la paz. Les doy mi paz, pero no se la doy como la dan los que son del mundo. No se angustien ni tengan miedo.

Juan 14,27

Nuestro mundo se halla enturbiado por diferentes tipos de conflictos, diversas manifestaciones de violencia, múltiples experiencias de crisis. En medio de tal contexto, muchos son los reclamos y aspiraciones de paz, tanto en sentido individual y familiar como social y global.
El texto que encabeza esta reflexión forma parte del discurso de Jesús a sus discípulos en el que les alienta a prepararse para el momento de la Pasión. Es un discurso de despedida, y el legado de Jesús para ellos es “su paz”. Pero la paz a la que se refiere Jesús no es la que prometen los políticos, los gobernantes, los poderosos del mundo. Ese tipo de paz, lo sabemos muy bien, nunca ha conducido al cese de las guerras y al establecimiento de un clima de distensión y bienestar entre los seres humanos. Antes bien, lo que los poderosos han extendido a través de los tiempos ha sido la “paz de los cementerios”, dejando a los pueblos dominados y saqueados. La paz de Jesús, en cambio, es un don de salvación y de vida eterna. Es el Shalom de Dios, que supone una radical renovación en las relaciones humanas y en la Creación entera.
Como discípulos y discípulas suyos, Jesús nos ha otorgado su paz no para que simplemente vivamos tranquilos y serenos, sino para que, sin miedo, seamos anunciadores de esa paz de modo que se traduzca en experiencias concretas de justicia y vida abundante.
Señor, hazme instrumento de tu paz (Oración de San Francisco de Asís).

Rolando Mauro Verdecia Ávila

Juan 14,27-31

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