El Señor llamará a juicio y dirá a los ancianos y a los jefes del pueblo: “Ustedes han estado sobreexplotando mi viñedo; han robado a los pobres y lo que roban lo guardan en sus casas.
¿Con qué derecho oprimen a mi pueblo…?”
Isaías 3,14-15
El reino de Judá estaba pasando tiempos críticos. Debían pagar tributo al gobierno de la entonces potencia imperial Asiria (hoy Irak). No obstante, las relaciones eran buenas. A tal punto, que en un forzado intento de los países vecinos a Judá, también sojuzgados por Asiria, de armar un ejército común para liberarse de la opresión, el rey Acaz prefirió llamar a los asirios para que lo defendiesen de sus ‘enemigos locales’. El profeta Isaías no logró disuadir al rey de es- tas intenciones, lo cual acarreó consecuencias graves para el pueblo. Pues, ¿quién pagaba los tributos al gobierno asirio? Hoy diríamos: “Juan pueblo”. El rey de Judá repartía las cargas básicamente sobre los productores rurales. ¿Nos suena conocido? Esto era duro, ya que se sumaba a otros impuestos locales (Diezmos). Cuando el profeta en nombre del Señor habla de la sobreexplotación de “mi viñedo” se re- fiere al pueblo de Judá. En varios lugares de las Escrituras el pueblo es comparado con un viñedo propiedad de Dios. Las clases dirigentes vivían a costa de la plusvalía de la producción agrícola-ganadera. Sin considerar la pobreza de los súbditos, acumulaban riqueza sobre riqueza. Pero Dios no se olvida de su pueblo y a través del profe- ta reacciona ante esta situación, y pregunta inquisitivamente: ¿Con qué derecho oprimen a mi pueblo? Las leyes del pueblo de Dios no favorecían tal explotación. Aquí había pecado de por medio y esto llevaría a su justo castigo. Los asirios finalmente deportarían a esa clase dirigente. Claro que no eran angelitos. Pero Dios, a fin de evitar males mayores, a veces interviene en la historia de una manera que no nos gusta. ¡Tengámoslo en cuenta!
Federico Hugo Schäfer
Isaías 3,1-15
