No es como los otros sumos sacerdotes, que tienen que matar animales y ofrecerlos cada día en sacrificio, primero por sus propios pecados y luego por los pecados del pueblo. Por el contrario, Jesús ofreció el sacrificio una sola vez y para siempre, cuando se ofreció a sí mismo.
Hebreos 7,27
En la carta a los Hebreos se presentan dos modelos de liderazgo. Los sumos sacerdotes se basaban en la ley del pueblo de Israel, y en las numerosas prescripciones y pautas que derivaban de ella. Entre estos mandatos se encontraban los sacrificios que debían ofrecerse para expiar las culpas y pecados. Los sacerdotes tenían la responsabilidad de hacer cumplir estas normas y preceptos entre el pueblo, quienes estaban obligados a seguirlos.
Pero también existe otro tipo de liderazgo, el que nos muestra Jesús al entregarse a sí mismo. Y esto no implica solamente ofrecerse como ejemplo o modelo a seguir. Jesús entrega su vida y con ello nos enseña la forma en que debemos amar. Contrapone este amor a la mera observancia de la ley. Si amamos como Jesús nos amó, ofreceremos nuestra vida en beneficio de los demás.
¿Cuál es el verdadero sacrificio? En Isaías 58,6-7 encontramos cuál es el ayuno que es agradable al Señor. Se trata de ofrecerse uno mismo: romper las cadenas de la injusticia, liberar a los oprimidos, compartir el pan con los hambrientos, recibir a quienes no tienen techo y socorrer a nuestros semejantes.
Su entrega absoluta hace que Cristo, incluso en su condición humana, sea perfecto.
Recordemos las palabras de Jesús que nos dice: “El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos” (Juan 15, 13). Repitamos como mantra: “No hay mayor amor que dar la vida, no hay mayor amor, no hay mayor amor…” (Canto y Fe N° 139).
Deborah Verónica Cirigliano Heffel