Y sopló sobre ellos, y les dijo: —Reciban el Espíritu Santo.
Juan 20,22
Espíritu Santo: viento vivificador, aliento de vida. Jesús sopla sobre ellos. De igual manera, el Génesis dice que Dios sopló sobre la figura de barro que había hecho y lo convirtió en ser humano; también sopló sobre las aguas del mar Rojo para separarlas y salvar así a su pueblo de los egipcios. Dios da vida y salva con su Espíritu. Ahora es Jesús el que nos lo regala de parte del Padre.
Como seres humanos necesitamos de la figura del Espíritu Santo como la razón y el soporte de nuestras vidas. Es cierto que la Palabra nos enseña que Jesús es el que sustenta todas las cosas con el poder de su Palabra, la cual también es aliento.
Lo que ello significa es que la vida, y la vida plena del ser humano (espíritu, alma y cuerpo, 1 Tes 5:23) depende totalmente del Espíritu Santo que es como el aire, la atmósfera de la que nos alimentamos espiritualmente para sustentar el alma y el cuerpo de acuerdo a la voluntad de Dios. Es de Él y a través de Él que “aspiramos” y “exhalamos” las propiedades vitales y el poder reparador que le dan plenitud a la vida humana. Y ello es así al punto que cuando el ser humano no es salvo, y por lo mismo no está viviendo en el Espíritu sino en la carne, está “muerto”. Así como no podemos vivir ni una hora sin respirar el aire natural, así mismo no podemos vivir plenamente sin “respirar” el aliento de vida que proviene del Espíritu Santo.
Hermano, hermana: que podamos aprender a reconocer nuestra necesidad del Espíritu Santo para vivir vidas plenas y plenamente humanas. Amén.
Daniel Enrique Frankowski