Hemos sabido que algunos de ustedes llevan una conducta indisciplinada, muy ocupados en no hacer nada. A tales personas les encargamos, por la autoridad del Señor Jesucristo, que trabajen tranquilamente para ganarse la vida.

2 Tesalonicenses 3,11-12

Mucho se comenta que la Biblia fue escrita en otro tiempo y lugar, y que debemos mirarla con la lupa del tiempo que vivimos. Obviamente esto es una realidad, pero no podemos negar que la misma es actual y vivaz.

Este texto sugerido tiene como título “El deber de trabajar”, justamente un tema que nos lleva a discrepancias y peleas en nuestra sociedad e incluso con familiares y amigos, porque estamos en un tiempo donde el tratar de ganar dinero sin trabajar se lo ve como una meta o forma de vida. Lo más triste de esta realidad es que muchas personas han perdido el hábito del trabajo y hasta existe la sensación que quien trabaja es un tonto que debe mantener al resto que no trabaja.

Este es un dato más que triste en el país en que vivo, donde las estadísticas indican que el porcentaje de trabajadores activos es cada vez menor en comparación con el resto inactivo.

Los que hemos recibido el evangelio tenemos que vivir en forma coherente con el evangelio. Los que pueden trabajar, y no lo hacen, no tienen que mantenerse ociosos.

El cristianismo no debe tolerar la pereza, más bien debe dar ánimo al laborioso, a aquel que sustenta con su trabajo las necesidades básicas. El trabajo como vocación, es un deber requerido por Dios para ganarse la vida.

El siervo que espera la pronta llegada de su Señor, debe estar trabajando como manda su Señor. Si estamos ociosos, el diablo y el corazón corrupto pronto nos darán algo para hacer, porque la mente del ser humano es dada para ocuparla. Y si no se la emplea en hacer el bien, estará siempre pronta y dispuesta para hacer el mal.

Mantén tu camino y sostente hasta el final. Nunca debemos rendirnos ni cansarnos en nuestro trabajo. Habrá suficiente tiempo para reposar cuando Dios nos llame a su presencia.

Guillermo A. Mohr

2 Tesalonicenses 3,6-18

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