Todos nosotros nos perdimos como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, pero el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros.

Isaías 53,6

Pocos de nosotros, que vivimos en zonas pobladas, conocemos rebaños de ovejas, esos de campos abiertos que están al cuidado de un pastor que las va llevando de un lugar a otro. Siempre buscando arroyos o manantiales con agua fresca para saciar la sed, y lugares con pasto tierno para calmar el hambre de los animales. Ésta era una es-cena cotidiana en épocas bíblicas, por lo tanto, una figura muy usada en muchos relatos conocidos de la Biblia.

Para un animal tan manso como la oveja es de vital importancia que se mantenga junto a las demás ovejas, atendiendo a las indicaciones del pastor que es quien mantiene al grupo a salvo: de animales salvajes, de pasar hambre o sed, de perderse y no poder volver al corral.

¿Nos podemos ver a nosotros mismos como ovejas? ¿Nos mantenemos unidos a nuestros semejantes, siguiendo al que nos guía y nos cuida? No. Nos cuesta ser mansos, nos alejamos de nuestro guía, no cumplimos las reglas mínimas que nos permitirían convivir armoniosamente, somos individualistas. Preferimos vernos como animales agresivos, que atacan a otros, que son fuertes. Y nos apartamos, y perdemos el camino. El versículo nos dice hoy que somos como ovejas, y que, si nos apartamos, si queremos seguir solos, si no hacemos caso a nuestro guía, quedamos expuestos al mal, somos vulnerables a la maldad.

Dios nos invita a quedarnos junto a él, a seguirlo y obedecerlo. Él ya cargó con todo lo malo que puede aparecer en nuestra vida y podemos ponernos en sus manos amorosas. Así estaremos seguros y libres del maligno.

Beatriz M. Gunzelmann

Isaías 53,6-12

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