De esta manera, como dice la Escritura: “Si alguno quiere enorgullecerse, que se enorgullezca del Señor.”
1 Corintios 1,31

Desde niños solemos decir: “¡Yo puedo solo/a!” Y no permitimos que nuestros padres nos tomen de la mano para cruzar una calle o una avenida peligrosa, subir una escalera empinada, o sortear algún obstáculo.
Delante de Dios también solemos decir: “¡Yo puedo solo/a!”, y nos creemos autosuficientes, pensando que es posible alcanzar su aceptación y la salvación por nuestros propios medios y méritos, sin contar con su ayuda.
Jesús discutía frecuentemente con aquellos que pretendían salvarse y entrar en el reino de Dios por sus méritos, a través del cumplimiento de leyes y preceptos y que a su vez imponían cargas pesadas sobre otras personas.
En Corinto había personas que seguramente se creían salvadas por seguir a un determinado líder, sea Apolo, Cefas (Pedro) o Pablo (1 Corintios 1,10ss), y que rendían más culto a la personalidad del predicador que a Cristo. Estaban aquellos que tenían dificultades para creer que un crucificado fuera el Mesías, el Salvador del mundo. Otros consideraban que la relación con Dios consiste en el cumplimiento de leyes y preceptos.
Siempre había personas que afirmaban: “Yo puedo solo/a”. Me basta con mis propias capacidades y méritos. Soy autosuficiente.
Pablo nos recuerda: “Si alguno quiere enorgullecerse, que se enorgullezca del Señor.”
Si por la vida quise andar en paz, tranquilo, libre y sin luchar por ti, cuando anhelabas verme en la lid, ¡perdón, Señor! (Canto y Fe Nº 114)

Bernardo Raúl Spretz

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