Después, cuando oró otra vez, volvió a llover, y la tierra dio su cosecha.
Santiago 5,18
Dios anhela que seamos hombres y mujeres de oración. Que la oración y el espíritu de oración estén presentes en nuestra vida cotidiana, que sean tan esenciales como el alimento. Que cultivemos un espíritu de oración constante, confiando en el poder de Dios a través de ella.
El protagonista de este pasaje, Elías, enfrentaba una situación similar a las que experimentamos a diario: dificultades económicas, sociales, sequía, entre otras. Dios le asegura que no debe preocuparse, ya que conoce nuestras necesidades. A pesar de la dificultad de asimilar y seguir sus palabras, Elías obedeció. Depositó su confianza y siguió el camino que Dios le señalaba. Si Elías, siendo humano como nosotros, pudo hacerlo, entonces nosotros también podemos ser hombres y mujeres que ejercen el poder de la oración de la misma manera.
Nuestra oración es escuchada por nuestro Padre. Compartámosle nuestros problemas, pesares, temores, así como también nuestras alegrías y sueños. No olvidemos mencionar nuestros tropiezos y errores, y pidámosle perdón. Él nos ha brindado este poderoso canal de comunicación para que siempre nos sintamos acompañados y reconfortados.
Oremos: Padre, te ruego que perdones mis pecados. Te agradezco por mi vida y mi familia, así como por llenarme de confianza y fuerza para seguir tu camino. Confío en que, al igual que cuidaste de Elías, también cuidarás de mí en tiempos difíciles. Guíame para seguirte siempre y mantenerme en este camino. Te lo pido en el nombre de tu hijo Jesús. Amén.