Del santuario salieron siete ángeles que llevaban las siete calamidades. Iban vestidos de lino limpio y brillante, y llevaban cinturones de oro a la altura del pecho. Uno de los cuatro seres vivientes dio a cada uno de los siete ángeles una copa de oro llena de la ira de Dios.
Apocalipsis 15,6-7
El poder político de Roma intentó aniquilar a las comunidades cristianas. El Apocalipsis quiere fortalecer la fe de los creyentes con su mensaje de que el Imperio caerá. La maldad llegará estrepitosamente a su fin. Cristo volverá para reivindicar a los que permanecieron fieles a Él en las grandes tribulaciones. Y sobre la humanidad entera, la que lleva la marca de la bestia, la ira de Dios manifestada en calamidades, será derramada por siete ángeles con siete copas de oro. El objetivo es que se conviertan y dejen de desobedecerle. Sin embargo en la medida que las calamidades suceden, así lo relatan los textos del Apocalipsis, los seres humanos se afianzan cada vez más en su desobediencia y maldad. La ira de Dios pareciera no poder convertir a los humanos. El miedo no trae los frutos que se esperaba de él. Miedo + fe no es fe, sino miedo.
Lejos en el tiempo y en el olvido quedó el mensaje de otros ángeles, los de Belén: “No tengan miedo. Les traigo una buena noticia, motivo de alegría para todos” (Lucas 2). En vez de eso, nada de buenas nuevas, sino perdición. Lejos en el tiempo quedó también la otra copa, la de la salvación y nueva alianza instituida a través de la muerte y resurrección de Jesús.
Tal vez a aquellos hermanos y hermanas cruelmente perseguidos por el poder político de Roma, estas imágenes de la ira y venganza de Dios les dio fuerzas para resistir y consuelo. A mí no me consuela. No puedo dejar de creer que lo que transforma de verdad a las personas es el poder del amor que Dios manifestó en el Señor Jesucristo.
Karin Krug
Apocalipsis 15,5-8