¿Acaso se hablará de tu verdad y de tu amor en el sepulcro, en el reino de la muerte?
Salmo 88,11
El Sábado Santo es, en la tradición y cultura espiritual de muchos de nosotros, el día más oscuro de la Semana Santa. Luego de haber sufrido los tormentos de ayer y antes de resucitar mañana, Jesús está en el reino de la muerte. Allí donde no hay lugar ni tiempo para la luz, para la vida, para la verdad ni el amor de Dios. El silencio de la muerte lo envuelve, y en respetuosa veneración acompañamos, con nuestros silencios, este tiempo tan oscuro.
A veces me pregunto por qué Jesús tuvo que «descender a los infiernos», como lo expresan las palabras del Credo de los Apóstoles. ¿No hubiera sido suficiente con padecer la cruenta muerte en la cruz?
Es tan increíble lo que hizo por nosotros que me hubiera gustado liberarlo de pasar, además, por aquel lugar donde todo se desvanece ante los abismos de la nada. Sin embargo, los planes de Dios eran diferentes a los nuestros, pero absolutamente perfectos. Porque la obra salvífica de Jesús no hubiera estado completa si no incluyera el paso por la oscuridad total. Porque solo habiendo padecido lo que a nosotros nos sucede cuando las posibilidades de vida se nos escapan y la oscuridad de la muerte nos envuelve, puede hacernos partícipes de esa nueva oportunidad de vida que maravillosamente supera todo sufrimiento y dolor, y que nos ofrece para siempre vida, vida plena y eterna. Con más razón deseo callar ante lo que en esta vida me golpea y dar gracias a Dios por lo que Jesús, aunque no pueda entenderlo, hizo por nosotros.
Silencio y noche en mi tumba, espigas germinarán; ciento por una y molienda, mañana yo he de ser pan. (Canto y Fe Nº 59)
Annedore Venhaus
Salmo 88,2-7.11-13
Tema: El reino de la muerte