No depende del ejército, ni de la fuerza, sino de mi Espíritu, dice el Señor todopoderoso.

Zacarías 4,6

Cuando escribí estas líneas, malas noticias corrieron sobre un virus nuevo, elecciones inminentes con candidatos que ni respetan a la dignidad humana ni al medioambiente y refugiados de guerra abarrotando las fronteras de Europa a quienes los soldados tiraron con gas lacrimógeno incluso a los niños. El mundo actuó y reaccionó con dinero, fuerza militar, presencia de medios, mentiras virales en internet, como siempre.

Entonces estaba en Hamburgo con un grupo. Allí vive gente de muchas naciones. Más del 50% tiene raíces en países de todos los continentes. En cambio, nuestro grupo era homogéneo: 15 pastores de Alemania, incluso de la misma ciudad. Nos sorprendió lo diferentes que son nuestras historias familiares. Muchos también están marcados por experiencias como la huida, el hambre y la exclusión. En un barrio nos encontramos con jóvenes. Por su ropa y color de piel nos parecieron muy diferentes: cristianos y musulmanes, con raíces africanas y europeas. Pero dijeron: Somos alemanes, todos de Hamburgo. Viven y celebran juntos, cocinan juntos y se comprometen juntos para el barrio.

Nadie mira a las diferencias obvias. Sentimos: Aquí el Espíritu de Dios está actuando, el espíritu de amor y de respeto. Esto es lo opuesto a la excitación y a la agitación contra otra gente. Así es como me imagino el Reino de Dios: Gente de todas las culturas en la misma mesa, con el mismo espíritu. ¡Qué hermosa visión!

Jesucristo, lléname con tu amor, con paciencia y sabiduría en lugar de odio, resentimiento y temor. Guíame en tu espíritu. Amén.

Kirsten Potz

Zacarías 4,1-14

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