No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios.
1 Corintios 2,12

Me cuesta aceptar que Pablo nos hable con tanta vehemencia afirmando que no hemos recibido el espíritu del mundo. Desde que tengo uso de razón, desde que escucho y vivo lo que pasa alrededor mío recibo el espíritu del mundo. Siendo niño tuve que aprender que en la calle tengo que defenderme, y eso a pesar de que mi abuela me decía que no le pegara a nadie, ni siquiera cuando el otro me había pegado. Mi respuesta, cuando mamá me retaba porque algo supuestamente no se hacía, era: “¡Pero si los otros también lo hacen!” Y después, en la vida laboral, si yo no defendía mi derecho, ¿cómo iba a sobrevivir? Por supuesto que aprendí lo que es bueno y lo que no, lo que le hace daño al otro y lo que me hace daño a mí. También aprendí que no debemos hacerle al otro lo que no queremos que se nos haga a nosotros. Pero, ¿quién tiene la fuerza de nadar y correr contra la corriente siempre?
En pequeños pasos aprendí que poner nuestro actuar y hablar a la luz de Dios es un camino posible. La Biblia nos cuenta en tantas historias que el amor y la bondad son el mejor camino. También en nuestras propias vidas hay historias en las que el cambio de rumbo trajo buenos frutos. Lo que acepto de Pablo es que el espíritu de Dios está a nuestra disposición, y con nuestra fuerza, aunque sea pequeña, podemos luchar contra el espíritu del mundo allí donde actúa el mal, el odio y la violencia, el egoísmo y la ignorancia. Cada uno en su vida tiene la posibilidad de encender una luz y sembrar una semilla para que otro mundo se haga realidad.
Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre. (Juan 14,6)

Detlef Venhaus

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