Arribaron a la tierra de los gadarenos, que está en la ribera opuesta a Galilea. Al llegar él a tierra, vino a su encuentro un hombre de la ciudad, endemoniado desde hacía mucho tiempo; y no vestía ropa, ni moraba en casa, sino en los sepulcros. Éste, al ver a Jesús, lanzó un gran grito, y postrándose a sus pies exclamó a gran voz: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes…  Y le preguntó Jesús, diciendo: ¿Cómo te llamas?

Lucas 8,26-28.30

Conocemos bastante bien el pasaje, por lo que he seleccionado sólo los primeros versículos. Jesús tiene un encuentro con una persona con discapacidad. No es el único de estos encuentros, por cierto, pero en este hay algunas particularidades.

En primer lugar, Jesús le pregunta a esta persona por su nombre, que es lo mismo que preguntar por toda su historia, ya que nuestro nombre es el resumen de nuestra historia. Jesús se interesa por él, por su vida y, en este caso, por su sufrimiento.

En segundo lugar, acude a su necesidad de sanidad sin hablar de fe ni de perdón de pecados. Simplemente lo reinserta a la sociedad que lo había marginado y excluido. Parece ser que esa sociedad gadarena no estaba muy contenta… ¿Quién sería ahora el chivo expiatorio?

Muchas veces la sociedad expulsa, excluye y echa sus culpas sobre los más desprotegidos, sea por su pobreza, por su género, por su debilidad o, como en este caso, por su discapacidad, para sentirse mejores a partir de la diferenciación.

En tercer lugar, a los ojos de Jesús, no hay pecados que perdonar. Su discapacidad nada tiene que ver con sus posibles pecados (en todo caso con los de la sociedad gadarena, que lo ha llevado a ese estado), y su inclusión como ser humano, a pesar de, y junto a su historia, gana para la obra de Dios un nuevo testigo y trabajador.

Norberto Rasch

Lucas 8,26-39

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