No se apartó Jeroboam de su mal camino, sino que volvió a hacer sacerdotes de los lugares altos de entre el pueblo, y a quien quería lo consagraba para que fuese de los sacerdotes de los lugares altos.

1 Reyes 13,33

La crónica del historiador de 1º Reyes nos muestra que el protagonista no está solo. Al rey Jeroboam lo visitan los profetas para amonestarlo sobre su conducta con tendencias idolátricas. Le dicen que así no debe ser la manera de gobernar al pueblo separado y elegido por Dios.

Según los estudiosos, Jeroboam había sido nombrado por el rey Salomón como inspector de trabajos obligatorios en la construcción de una torre fortificada en Jerusalén. Pero cuando el rey supo de su participación y liderazgo en sedición y rebeliones entre las tribus, intentó hacerlo ejecutar, pero el rebelde escapó a Egipto y permaneció ahí hasta la muerte de Salomón. Entonces volvió a Israel y las tribus del Norte lo proclamaron su rey donde reinó veintidós años (del 931 a 910 a.C.).

No fue un mal gobernante y se destacó por las muchas construcciones de edificios. Pero para el escritor bíblico todo eso no bastaba para ser aprobado por Jehová: le faltó lealtad a la fe de los patriarcas hebreos. Por eso recibió la visita de los profetas, que le hacían ver que las cosas que le pasaban no eran casuales, sino que venían de la mano de Dios. Por toda respuesta, Jeroboam continuó con su idolatría llevando por mal camino al pueblo que lo imitaba. Vemos así que el período de la monarquía en Israel fue bastante caótico, hasta el punto de poner en riesgo de sus pobladores la fe en Dios.

Nosotros, los cristianos de hoy, mucho tiempo después de los días del Antiguo Testamento, tenemos el privilegio y la bendición de haber conocido el amor de Dios por medio de Jesucristo.

Somos afortunados, aunque muchas veces lo olvidamos. Por eso debemos esforzarnos en mantenernos fieles al Señor y no salir a buscar los baales del Siglo XXI como alimento espiritual. Me refiero al “dios-fama”, el “dios-dinero” o el “dios-poder”, que son tan dañinos como en el tiempo de Jeroboam.

Tronos y coronas pueden perecer, de Jesús la Iglesia siempre habrá de ser; nada en contra suya prevalecerá, porque la promesa nunca faltará.

¡Firmes y adelante huestes de la fe, sin temor alguno, que Jesús nos ve! (Canto y Fe No 327)

Alicia S. Gonnet

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