De ahora en adelante no quiero que nadie me cause más dificultades; pues llevo marcadas en mi cuerpo las señales de lo que he sufrido en unión con Jesús.
Gálatas 6,17
El apóstol Pablo discute sobre las tradiciones y sobre qué hacer con determinadas prácticas culturales y rituales que determinaban la pertenencia al pueblo de Dios. Un punto de conflicto fue la circuncisión, es decir, si aquellos que se convertían al cristianismo y que no eran de la tradición judía debían cumplir con este ritual. Pablo dice que no, ya que Jesucristo y su muerte en la cruz nos salvaron de los rituales, y somos salvos por la gracia de Dios.
La gracia de Dios es ese amor que Él nos da a cada uno de nosotros por ser sus hijos, el mismo amor que llevó a Jesucristo a entregarse en la cruz. La gracia de Dios es un regalo que no se gana ni se compra con tradiciones y rituales.
Pablo cierra esta discusión con un ejemplo muy claro y contundente: las marcas que debemos llevar deben ser la respuesta a ese amor. En su caso, él sufrió la persecución y la tortura.
En la iglesia, en nuestras comunidades, hay muchas personas que llevan las marcas del amor de Dios: cuerpos desgastados de ayudar y de servir en la solidaridad, de abrir espacios y poner el cuerpo para que la gracia de Dios llegue a otros. Porque de eso se trata, de que el amor de Dios llegue a otros, de vivenciarlo sabiendo que dejará marcas profundas en nosotros y en los demás.
Javier Oscar Gross