El día en que Jesús hizo lodo y devolvió la vista al ciego era sábado. Por eso llevaron ante los fariseos al que había sido ciego, y ellos le preguntaron cómo era que ya podía ver. Y él les contestó: “Me puso lodo en los ojos, me lavé, y ahora veo.” Algunos fariseos dijeron: “El que hizo esto no puede ser de Dios, porque no respeta el sábado.” Pero otros decían: “¿Cómo puede hacer estas señales milagrosas, si es pecador?” De manera que hubo división entre ellos.

Juan 9,14-16

Algo muy natural del ser humano es ponerle etiquetas a las personas según las características que nosotros observamos de ellos. Y en muchos casos ni siquiera esperamos a conocer a la persona, simplemente con lo que oímos de ella emitimos un juicio de valor y le colocamos una etiqueta.
¿Cuánto esfuerzo le cuesta a esa persona hacernos cambiar de parecer? ¿Cuánto nos tiene que demostrar “que cambió” para que nosotros le cambiemos la etiqueta que le asignamos?
Una conversación, un rumor o hasta una mirada nos es más que suficiente para etiquetar a una persona de mala onda, egoísta, poco solidaria, etc., pero esa misma cantidad no nos es suficiente para que la otra persona nos haga cambiar de opinión.
Jesús sufrió lo mismo. A los fariseos les tomó muy poco tiempo decir que era un pecador, pero a Jesús no le fue suficiente su tiempo en la tierra para demostrarles que no lo era.
¿Recuerdas alguna vez en que te creaste una imagen de alguien solo por lo que escuchaste y que luego te diste cuenta de que no era verdad? ¿Cambiaste de opinión rápidamente? ¿Te fue fácil cambiarle la etiqueta a esa persona?
Señor, que florezca tu justicia, y tu paz empape la tierra. Oh Dios, que florezca tu justicia, y se llene nuestra vida de ti. (Cantos de Taizé)

Carolina F. Schimpf

Juan 9,14-16

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