Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios.

Santiago 3,9

Vivo en un pueblo muy chico, en el interior de la provincia de Entre Ríos. En las ruedas de mate, en las fiestas, en los velorios, el tema de conversación casi siempre son los demás. Los que no están.

Es allí donde la lengua se siente a sus anchas. Se cree la vedete. Se mueve sin cansancio por horas enteras. Es capaz de meterse en la vida y obra de todos sin pensar siquiera en saber si lo que dice es cierto o si habla por “boca de ganso”.

A ver, sabemos que el problema no es la lengua sino quien la maneja.

Mi y tu mente

y

mi y tu corazón.

Así pues, si mi y tu mente están contaminadas por ondas negativas, la lengua se encargará de infectar a otros.

También sabemos que no siempre hablar de otros es negativo.

No lo es cuando

tu y mi corazón

tu y mi mente se ponen en el lugar de quien estamos hablando.

Descubro que hay personas que son capaces de ponerse en los za-patos de quienes son atacadas por lenguas venenosas y no pueden defenderse porque no están allí. Son personas que primero incomodan – porque no entran en el juego destructivo – pero con el tiempo son bus-cadas por muchos.

¿No serán las que bendicen a Dios con su lengua?

Juan Pedro Schaad

Santiago 3,1-12

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