Había un hombre rico, que se vestía con ropa fina y elegante y que todos los días ofrecía esplendidos banquetes. Había también un pobre llamado Lázaro, que estaba lleno de llagas y se sentaba en el suelo a la puerta del rico.
Lucas 16,19-20
Jesús nos presenta en esta parábola los dos extremos: el hombre rico y el pobre, de nombre Lázaro.
El primero vivía en el lujo total. Usaba ropa costosa y banqueteaba todos los días. Es la imagen de la abundancia, la opulencia, el derroche.
Lázaro, en cambio, es la imagen del abandono y extrema necesidad. Enfermo y hambriento esperaba las migajas que caían sobradamente de la mesa, para saciarse.
Esta escena no debe sorprendernos tanto, ya que no deja de ser actual.
Ya Jesús había dicho: “A los pobres siempre los tendrán entre ustedes” (Marcos 14,7) y a los ricos también. Las diferentes clases sociales siempre han coexistido en el seno de nuestros pueblos y ciudades.
No vamos a detenernos ahora a hacer un análisis político, económico y sociológico de porqué hay pobreza o riqueza.
Lo importante para nosotros –como creyentes– es nuestra actitud frente a las necesidades de los más humildes.
El pecado del rico no fue su riqueza, sino su indolencia, su indiferencia, su insensibilidad. Su pecado fue naturalizar el hambre y el dolor sin dejarse afectar.
Quiera Dios ayudarnos a visibilizar a los Lázaros que tenemos en nuestras comunidades y aportar nuestro granito de arena para erradicar, o al menos mitigar, tantas carencias y miserias. Amén.
Stella Maris Frizs
Lucas 16,19-31