Naamán insistía en que Eliseo aceptara alguna cosa, pero él no accedió.

2 Reyes 5,16

Un día Fleming, un agricultor pobre de Inglaterra, mientras trataba de ganarse la vida para su familia, escuchó a alguien pidiendo ayuda desde un pantano cercano. Inmediatamente soltó sus herramientas y corrió hacia el pantano. Allí, enterrado hasta la cintura en el lodo negro, un niño aterrorizado gritaba y luchaba, tratando de liberarse del lodo. El agricultor salvó al niño de una muerte lenta y terrible.

Al día siguiente, un carruaje muy pomposo llegó hasta los predios del agricultor. Un noble inglés, elegantemente vestido, se bajó del vehículo y se presentó a sí mismo como el padre del niño al que Fleming había salvado.

“Yo quiero recompensarlo”, dijo el noble inglés. “Usted salvó la vida de mi hijo.”

“No, yo no puedo aceptar ninguna recompensa por lo que hice,” respondió el agricultor, rechazando la oferta.

En eso, el propio hijo del agricultor salió a la puerta de la casa.

“¿Es ése su hijo?” preguntó el noble inglés.

“Sí,” respondió orgulloso el agricultor.

“Le voy a proponer un trato -dijo el noble-. Déjeme ofrecerle una buena educación para su hijo. Si él es parecido a su padre, crecerá hasta convertirse en un hombre del cual usted estará muy orgulloso.”

El agricultor aceptó. Con el paso del tiempo, el hijo del agricultor Fleming se graduó en medicina en Londres, y se convirtió en un personaje conocido en todo el mundo: Alexander Fleming, descubridor de la penicilina.

Algunos años después, el hijo del noble inglés cayó enfermo de pulmonía. ¿Qué lo salvó? ¡La penicilina!

¿El nombre del noble inglés? Randolph Churchill. ¿El nombre de su hijo? Winston.

Me gusta esta historia que, si bien no se ajusta plenamente a la realidad, muestra cómo ser agradecidos lleva frutos.

Dieter Kunz

2 Reyes 5,1-19a

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