Ustedes hacen bien si de veras cumplen la ley suprema, tal como dice la Escritura: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Santiago 2,8

Hay una frase que muchos/as conocemos y que quizás también alguna vez pronunciamos: “Y… si fuera tan fácil…”
Amar al prójimo como a uno mismo implica al menos dos desafíos. El primero de ellos es aprender a amarnos a nosotros mismos. Aunque esto pueda parecer sencillo, no siempre lo es. En ocasiones nos cuesta aceptarnos, querernos o sentirnos valiosos, y esto no implica volverse egoístas o narcisistas, sino reconocer en nosotros la maravilla y gracia divina de la vida. El segundo desafío es cómo, a partir de este reconocimiento, podemos percibir que los demás se convierten en nuestros próximos (prójimos), cuyas vidas son igualmente valiosas y maravillosas como la propia.
En este sentido, la ley de amar al prójimo se comprende no como una obligación, sino como aquello que nos libera del egocentrismo, la discriminación y la falta de empatía hacia la vida de aquellos que tenemos frente a nosotros.
Por supuesto, no es sencillo, pero si no empezamos por intentarlo, comprendiendo que solo podemos experimentar la auténtica libertad cuando amamos sin condiciones ni prejuicios, perderemos la oportunidad de vivir una vida más plena que, en esa comunión, se complementa y enriquece con la presencia de nuestro prójimo.
Porque el camino es árido y desalienta… Dame la mano y vamos ya… (Canto y Fe N° 321)

Joel A. Nagel

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