Sábado de Gloria
José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana de lino limpia y lo puso en un sepulcro nuevo, de su propiedad, que había hecho cavar en la roca.
Mateo 27,59-60a.

Una de las experiencias más tristes y desoladoras que nos ha dejado la pandemia de Covid-19 ha sido la de no poder acompañar en sus últimos momentos a nuestros seres queridos o amigos que han fallecido. Ello ha supuesto para nosotros un duelo inconcluso, un dolor que no ha podido ser debidamente procesado.
Los relatos de la Pasión nos informan que no fueron los familiares de Jesús quienes le dieron sepultura. Los cuatro Evangelios coinciden en afirmar que José de Arimatea solicitó a Pilato el cuerpo del Maestro y que lo colocó en un sepulcro en el cual no habían puesto a nadie antes. El Evangelio de Juan añade a Nicodemo en el acto del entierro. Sabemos que José de Arimatea era miembro del Concilio y que además era seguidor de Jesús en secreto, por temor a las represalias de sus correligionarios. Lo cierto es que demostró su afecto por el Maestro con ese gesto de colocar su cuerpo en una tumba de su propiedad. Asimismo, encontramos a algunas mujeres que desde lejos estaban atentas para ver dónde depositaban el cuerpo de Jesús, para luego ungirle con plantas aromáticas.
Acompañar a las familias que están sufriendo la pérdida de un ser querido es parte fundamental de nuestro testimonio y misión como cristianas y cristianos. Que gestos como los de José de Arimatea, Nicodemo y las mujeres, nos sirvan de ejemplo e inspiración para renovar y profundizar ese compromiso.

Rolando Mauro Verdecia Ávila
Mateo 27,57-66

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