Tres días después, Ester se puso las vestiduras reales y entró en el patio interior de palacio, deteniéndose ante la sala en que el rey estaba sentado en su trono… En cuanto el rey vio a la reina Ester en el patio, se mostró cariñoso con ella y extendió hacia ella el cetro de oro que llevaba en la mano…
Ester 5,1
Estimada Ester:
Ayer escribí una carta a tu tío Mardoqueo, pues supe sobre el decreto de exterminio que Amán había promulgado con el sello de tu esposo, el rey Asuero, en contra de tu pueblo. Me imagino la tremenda angustia e impotencia que sintieron todos ustedes ante semejante amenaza.
Hoy mi carta se dirige a vos, pues te considero una mujer sumamente valiente e ingeniosa. Aún sabiendo que arriesgabas tu vida llevaste adelante tu plan. Te animaste a entrar al patio interno para que el rey te viera, sin haber sido llamada. Seguramente tu corazón latía a mil por hora y el sudor te corría por todo el cuerpo hasta ver que tu marido, el rey, levantó el cetro de oro para darte la bienvenida. Ahí el alma te volvió al cuerpo.
Te felicito por tu ocurrente estrategia de ir paso a paso. Porque es así como se llega lejos sin estropear todo el plan para salvar a tu pueblo. Invitaste a tu esposo para agasajarlo con banquetes. ¡Y también invitaste a Amán, el traidor, quien se sintió muy halagado! Y allí esperarías el momento oportuno para desenmascarar al genocida y su plan macabro.
¡Grande fue tu audacia! No sé quién más se animaría a poner en peligro su vida, teniendo una posición tan cómoda como la tuya. Pues si tu marido o Amán descubrían lo que tramabas podían condenarte a muerte junto con Mardoqueo y todo tu pueblo.
¡Quisiera tener ese valor y aprender de tu sabiduría, determinación y capacidad de estrategia!
Un fuerte abrazo y mi agrado pues Dios hizo prosperar tu plan. ¡Cuánto desearía que también en nuestro tiempo se pudieran detener tantas situaciones de injusticias, persecuciones y muertes!
Bernardo Raúl Spretz
Ester 5,1-14