El Señor le dijo a Moisés: “Toma el bastón y, con la ayuda de tu hermano Aarón, reúne a la gente. Luego, delante de todos, ordénale a la roca que les dé agua, y verás que de la roca brotará agua para que beban ellos y el ganado”.
Números 20,7-8
Nos parecen poco creíbles estos relatos en los que se abre la tierra y se traga a los malhechores, o al solo golpe de un bastón una roca en el desierto se transforma en manantial. Es que la Biblia está compuesta de testimonios de fe y no de actas sumariales de la policía científica. Estos testimonios nos quieren transmitir, una y otra vez, que a pesar de la realidad dura e inamovible Dios no nos deja a merced de la fatalidad. Siempre hay algún resquicio en esta realidad por la que aparece inesperadamente la mano misericordiosa, ayudadora, sanadora, restauradora, liberadora, reconciliadora de Dios. Para la fe de quien confía en el Señor no hay callejones sin salida, situaciones terminales, conflictos sin resolución, en los que no haya un atisbo de esperanza en la intervención favorable de ese mismo Señor, Creador y sostenedor del universo y sus leyes, pero asimismo pleno de amor y cercano al ser humano. Tan cercano, que se ha hecho uno de ellos, sufriendo y experimentando todo lo que al ser humano le puede pasar. Aunque hombres y mujeres protestemos y regañemos con Dios y obremos en contra de su voluntad, él no nos deja solos, no nos abandona en el desierto. Está ahí, para darnos una mano, para contenernos, para acompañarnos. No titubeemos en llamarlo ni tengamos vergüenza de confiarle nuestras necesidades.
Federico H. Schäfer
Números 20,1-13