Sermón sobre Lucas 1:67-79, por Pedro Kalmbach

 

Estimada comunidad,

El sacerdote Zacarías no creyó al ángel Gabriel cuando este le anunció que iba a tener un hijo. No le creyó porque él y su esposa Isabel ya estaban muy avanzados de edad. No le creyó a pesar de saber que Abraham y Sara, estando igual que ellos en edad muy avanzada, tuvieron a Isaac por voluntad de Dios. Por eso, y creo que todos conocemos la historia, Zacarías se quedó mudo hasta que sucedió todo lo que el ángel le había anunciado.

El silencio, no poder hablar, eso debe ser algo duro para alguien que siempre tuvo el habla. En todo caso, para Zacarías fueron semanas y meses en los cuales no pudo hacer otra cosa que admirar el hecho de que el anuncio que había recibido del ángel día tras día se hacía realidad.

En ese prolongado silencio, que duró lo que dura la gestación del bebé, Zacarías tuvo mucho tiempo y en ese tiempo maduró el cántico que acabamos de escuchar. Palabras que rebosan de alegría y de agradecimiento.

Estimada comunidad: el silencio es un tema sobre el que vale la pena detenerse. Estar en silencio obliga a observar, a sentir, a dejar que las cosas fluyan, a conocerse a uno mismo, a dejar que Dios actúe. El silencio ayuda a que diferentes pensamientos y sentimientos puedan madurar dentro de uno. El silencio es necesario para poder escuchar. Y justamente en esta época estamos invitados a «escuchar», a rememorar, a estar en actitud de «silencio» para dejarnos contagiar por Dios con la misma alegría y agradecimiento que brotó desde el interior de Zacarías. La alegría por el hecho de que Dios cumple su Palabra.

Siempre de nuevo Dios cumplió su promesa. En esos meses de silencio Zacarías seguramente tuvo tiempo para leer de nuevo cómo Dios había prometido un hijo a Abraham y a Sara y como nació este hijo, cómo Dios liberó a su pueblo de la esclavitud de Egipto y lo acompañó en el desierto. Zacarías pudo leer de nuevo cómo Dios una y otra vez prometió y promete libertad y cómo Dios tiene un plan de salvación. En medio de un mundo en el cual todo cambia, en el cual nada es eterno, en el cual no hay nada en lo que se pueda confiar eternamente, ahí Dios coloca algo que permanece para siempre y en lo que se puede confiar eternamente: su Palabra. Eso no podía quedar guardado, Zacarías tenía que decirlo. Y lo dice, y lo exclama en ese hermoso cántico.

Estimada comunidad: nuestros planes, nuestras proyecciones no son permanentes. Ellos no son del todo confiables. Siempre de nuevo sucede que los sueños y los proyectos humanos fracasan. Los planes de Dios, en cambio, son confiables. Y esto se debe a que su Palabra no es como la nuestra. Su Palabra, lo que él dice, eso se va convirtiendo en hecho. Y Zacarías lo sabe. Y también nosotros debemos saberlo. Dios hace que su Palabra sea confiable, sea cierta.

La alegría que sintió Zacarías también nació del hecho de sentir que Dios libera y salva. En su cántico él habla de nuestros enemigos y de todos los que nos odian. No sé si alguien entre nosotros acá tiene enemigos o personas que lo odian. Ojalá que no. Pero a lo que Zacarías se refiere en su cántico es algo más profundo. Existen enemigos poderosos y que tenemos en común: el pecado que nos vive atando a cosas, a deseos, a actitudes que van en contra de lo que Dios quiere para su creación; la muerte a la que no podemos escapar.

Zacarías agradece y alaba a Dios porque sabe que Dios quiere liberar a las personas de la esclavitud en relación al pecado y a la muerte. Con su hijo Juan él ve un pequeño comienzo: «En cuanto a ti, hijito mío, serás llamado profeta del Dios altísimo porque irás delante del Señor preparado sus caminos, para hacer saber a su pueblo que Dios les perdona sus pecados.» (vs 76-77) A partir de Jesús esa liberación es presente y puede hacerse realidad en nuestras vidas al traerle a él nuestras culpas y todo lo que nos preocupa. Él nos perdona y permite que podamos tener un nuevo comienzo.

Zacarías también se alegra porque sabe que es Dios mismo el que va a venir y va a traer la luz en la más profunda oscuridad.

En el silencio Zacarías debe haberse dado cuenta una y otra vez que el ser humano por sí solo, por su propia cuenta deambula en la oscuridad. A pesar de que tantas veces las personas creen que son una luz, que lo tienen todo en claro, en el fondo ellas están, nosotros estamos sentados en la oscuridad. Bajo la luz de Dios la condición humana es la de estar sentados «en la más profunda oscuridad».

En la oscuridad porque el ser humano muchas veces no ve lo que realmente vale ante Dios, porque el ser humano no sabe dónde encontrarlo a Dios y cómo llegar a él. Sin Dios no somos más que personas sentadas en la oscuridad: faltos de orientación, faltos de contención, faltos de esperanza.

Pero Zacarías sabe que esa oscuridad Dios la quiere convertir en luz. Por eso una y otra vez Dios iluminó lo que estaba oscuro. Lo hizo a través de los profetas, a través de Moisés, Abraham, Esther. Pero ahora es él mismo el que va a venir para iluminar nuestra oscuridad. Y lo hace en Cristo Jesús.

En Jesús Dios vino y viene para iluminarnos liberándonos de la oscuridad de nuestra soledad; liberándonos de la oscuridad de nuestros miedos, liberándonos de aquellas cosas que nos atan y no nos permiten abrazar su triple mandamiento del amor: amarlo a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. En Jesús Dios vino y viene para aquellas personas que no lo saben todo, que no lo poseen todo, para aquellas personas que se sienten en la oscuridad, que son ignoradas, marginadas.

Es Dios mismo el que viene a visitar al ser humano. Pero no como una de esas visitas de Navidad, tan solo por algunas horas o algunos días. Dios viene de visita para siempre y lo hace para instalarse en nuestras vidas, en nuestros corazones, en nuestras conciencias. El viene para iluminarnos cada día de nuevo.

Que podamos «hacer silencio» y dejar que nos hable aquél que nació en un pesebre y trajo la luz a este mundo. Amén

Pedro Kalmbach

Fuente: predigten.uni-goettingen.de

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