Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Eclesiastés 3:1
Estos tiempos, en el calendario litúrgico cristiano, son los de la cuaresma, seguidos de la Pascua de crucifixión y Resurrección de Jesús, nuestro Cristo, en quien vemos representada y redimida la humanidad. La cuaresma es tiempo de contrición, reflexión, reconocimiento de nuestras debilidades y pecados. La Semana de Pasión nos remite a los sufrimientos que experimentamos, pero también a la máxima expresión de entrega y amor. La Resurrección es el aliento de la esperanza, la afirmación de la vida, la renovación de lo creado, la presencia del Espíritu divino.
Estos tiempos que vivimos, en la historia reciente de la humanidad, tienen algo de todo ello. La pandemia nos hace revisar nuestras actitudes como humanidad, nos obliga a repensar nuestros modos de vida, reconocer nuestros límites. Vemos también como se ponen en evidencia nuevamente los pecados de la discriminación, la soberbia de los poderosos, la avaricia de los pudientes, el egoísmo que aísla, el odio que envenena los espíritus mientras el virus aflige los cuerpos. Es la cuaresma y pasión de un mundo globalizado, donde el dios del dinero y los fundamentalismos de todo tipo enturbian las relaciones humanas y nos enemistan con la creación toda.
La Pascua es una fecha que trae a la memoria la justicia de Dios, cuando liberó al pueblo de Israel de la opresión y esclavitud. Y nos proyecta a la justicia de la gracia divina. Al mirar a Jesús, en su amorosa entrega en la cruz, nos permite también valorar la disposición hasta de la propia vida de quienes, en solidaridad y altruismo, se ponen en la primera línea para combatir al virus mediante el conocimiento y la atención a los enfermos, o quienes colaboran en paliar las consecuencias sociales y económicas que acarrea.
La Resurrección que celebramos no es “la vuelta a la normalidad” de un mundo desigual, donde unos pocos acumulan fortunas indecentes mientras millones padecen en la pobreza, son privados de lo fundamental para la vida, o deambulan sin sentido ni expectativas, expulsados de sus propios territorios por la miseria, las guerras o la destrucción ambiental. La esperanza no se limita a la vacuna, sino que trae el mensaje de “una nueva creación”, la posibilidad del triunfo del amor sobre la muerte, la visión de un mundo donde sean superadas las injusticias y desarmados los prejuicios, para poder vivir vidas más plenas, abiertas a lo nuevo que Dios quiere hacer en nuestra humanidad, deseosa de redención. Esto celebramos en la fe en este tiempo pascual.
Esto esperamos y oramos en bien de nuestros pueblos.
Por la Junta Directiva de la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas
Anibal Vasalli (Secretario) Néstor Míguez (Presidente)
Buenos Aires, 25 de marzo de 2021