Como preparación a una crítica memoria de los 500 Años de la Reforma de la Iglesia del siglo XVI volví a leer el libro ya clásico sobre Martín Lutero escrito por el historiador francés agnóstico Lucien Febvre[1]. Esta obra continúa siendo fundamental para facilitar una comprensión despojada de leyendas y ajustada a los documentos existentes. Lucien Febvre es cofundador de la escuela de investigaciones históricas conocida como la Escuela de los Anales, por la revista en la que se publican sus trabajos. Estos son aquellos historiadores que a principios del siglo XX rompen con el análisis clásico centrado en personajes -tanto de héroes como villanos- de la historia y comienzan a analizar los acontecimientos utilizando la metodología que se ha llamado: “procesos de larga duración”. En la historia nada es espontáneo o el fruto de una personalidad sobresaliente, sino que esos mismos personajes son acunados por procesos dinámicos, preexistentes y multicausales.
Rompe este texto con muchos mitos y relatos apologéticos construidos en el contexto de antinomias que esta celebración quiere superar. En este debate nos encontramos con quienes están incondicionalmente a la defensiva de todo y de todos o quienes se ubican en posiciones de total rechazo y sin matices de la Reforma y del Reformador.
Tenemos que tener cuidado al utilizar ciertos textos del mismo Lutero, reconstruyendo su vida escrita y embellecida pocos años antes de su muerte. Necesitamos leer estos recursos desde una posición que contraste esos datos con elementos y fuentes más cercanas al hecho descripto, y que algunas veces no necesariamente confirman las afirmaciones. Sospechamos que al final de su existencia Lutero intentó embellecer el relato de su vida para acomodarla a las necesidades de sucesivos debates, pero apartándose de la realidad que miraba desde una lejana distancia temporal.
Uno de los primeros mitos que enfrentamos es aquel que quiere hacer aparecer a la familia de Lutero como pobre o campesina. Indudablemente viven en un contexto campesino pero ya en el espacio urbano liberador en aquellos siglos de muchas servidumbres feudales. Sus padres no son pobres, ya que tienen amplias ambiciones de ascenso social que les permite el surgimiento urbano a finales de la Edad Media. Su padre es un empresario minero pero no un obrero minero. Hay constancias ciertas que lo muestran ocupando magistraturas en la ciudad de opción. El promover a su hijo Martín a la carrera universitaria y en especial de leyes es un testimonio de sus expectativas burguesas, ya que ese costoso esfuerzo económico para obtener un título universitario tiene como objeto abrir las puertas de una carrera burocrática. Igualmente, la investigación histórica ha mostrado que su madre pertenece a una familia de recursos y gran parte del itinerario estudiantil de Lutero tiene que ver con miembros acomodados económica y políticamente de la familia materna.
Otro mito gira alrededor de su vocación religiosa y específicamente monástica, que muy poco tiene que ver con un rayo, una tormenta y una promesa compulsiva a Santa Ana. El mismo sistema de indulgencias, de haber sido verdad este mito alrededor de su opción por la vida religiosa, le hubiera permitido liberarse del compromiso a un costo relativamente barato. Todos los testimonios nos muestran a un Martín Lutero como monje de una orden relativamente austera y sumamente escrupuloso en el cumplimiento de los tres votos clásicos de las órdenes mendicantes: pobreza, obediencia y castidad. A lo largo de todos sus años como monje agustino no tiene nada que reprocharse sobre la puntillosa observancia de ese compromiso asumido voluntariamente. Lutero es un monje hecho y derecho. No hay forma de poner en duda la autenticidad de su vocación monástica.
Lucien Febvre va a dividir la vida de Lutero en dos momentos diferentes en cuanto a sus características. En un primer momento, que podríamos ubicar desde el mismo ingreso a la comunidad monástica en 1505 y que llega hasta 1525, encontramos a un idealista profético y místico. Este es el período en que se va constituyendo el pensamiento bíblico, teológico y pastoral de Lutero. Las obras más importantes del Reformador son escritas a lo largo de este período. Un detalle que no podemos obviar es que este pensamiento se construye en el encuadre de una vida de claustro monástico y luego académico, algo lejana a la vida cotidiana. No será un pensamiento práctico o realista. Tiene mucho de utopía y de sueños apocalípticos. Lutero comparte el sentimiento de sus contemporáneos en el sentido que estaban viviendo los tiempos finales de la Historia.
Otro mito que debemos revisar es la experiencia del viaje realizado entre 1510 y 1511 a Roma, que en realidad -y en ese momento- no tiene mayor influencia en su pensamiento. Pasa pocas semanas en Roma. El Papa Julio II no se encuentra en la ciudad, ya que está en una de sus campañas militares y la mayoría de los cardenales también están ausentes, a excepción de uno que está agonizando. No ha tenido mayores contactos con los funcionarios de la curia, fuera de los relacionados con los trámites relativos a su orden religiosa. Las obras artísticas del Renacimiento ya en proceso en la ciudad no le impactan, ya que no hay comentario alguno sobre ellas. Tampoco el movimiento humanista le causa mayor impacto, y podríamos decir que su fidelidad a la Antropología Negativa de San Agustín lo coloca lejos de la Antropología Optimista de este movimiento.
Es importante mostrar este aspecto del viaje, que en su momento pasa sin pena ni gloria porque Lutero no necesitaba ir a Roma para ver la corrupción, los abusos y la decadencia de la estructura jerárquica de la iglesia. Todo eso lo tenía en su propio país y en su ciudad. No son los abusos lo que preocupa a Lutero como biblista; él está construyendo algo mucho más profundo y que supera la coyuntura de criticar meramente costumbres. Eso lo hacen los humanistas como Erasmo. La Reforma no se propone simplemente una modificación de malos hábitos o costumbres; constituye una recuperada forma de comprender las Escrituras. Es una revolución hermenéutica.
Ese cambio interpretativo se produce aparentemente en aquello que se ha llamado “experiencia de la torre”, en el convento de los agustinos recoletos en Wittemberg, aproximadamente entre los años 1512 o 1513. Allí descubre el significado de la “justicia de Dios” que siempre es “la misericordia de Dios”. Justicia y gracia, justicia y misericordia en Dios son sinónimas. Es entonces que comienza la Reforma hermenéutica luterana.
La fecha de 1525 marca un cambio radical en este proceso. La guerra de los campesinos transforma al monje idealista y profético en un burgués aterrorizado. Ese es el año de las muchas rupturas. En primer lugar, Lutero no estaba políticamente preparado para asumir las consecuencias de sus afirmaciones llevadas a la radicalidad. Su concepto aún estrictamente medieval del poder secular no va más allá de las afirmaciones de Marcilio de Padua promoviendo la autonomía del Príncipe y del Estado. Su llamado al brazo secular para aplastar la revuelta es compartido por gran parte de los pensadores de aquellos siglos.
Es también la ruptura con el movimiento humanista, que se había mantenido discretamente en secreto, pero desde siempre Lutero había desconfiado de los logros de los seres humanos, independientemente de la intervención de la gracia de Dios. Incluso algunas personas de su círculo más cercano no compartían sus posiciones extremas, tal como aparece en “De Servo Arbitrio”. Se revela como un discípulo extremo de San Agustín.
Hasta vísperas de su casamiento, Lutero afirmó una y otra vez que no se casaría, y de hecho, continuó utilizando el hábito de los monjes agustinos. Aquí tenemos que hacer una distinción. El celibato impuesto al clero secular es una disposición disciplinaria que se cuestionaba en aquel entonces -como lo vemos hoy en día- en la misma Iglesia Católica Romana. El celibato de Lutero no pertenece a ese nivel, sino que es parte de un voto de castidad relacionado con su vida monástica. Ese casamiento, que se realiza por razones que hoy seguramente cuestionaríamos, ya que no tiene nada que ver con lo que entendemos por amor en la actualidad, toma por sorpresa a sus amigos y algunos de ellos no participarán de la ceremonia nupcial.
Junto a sus posiciones extremas con los campesinos alzados en revolución aparece un antisemitismo que hoy nadie podría aceptar, aunque tenemos que ver que su posición al respecto tiene dos momentos. Antes de 1525, Lutero tiene una fuerte esperanza en la conversión de los judíos, causada por la purificación de la forma de presentar el Evangelio. Esa expectativa desaparece con el correr de los años y da lugar a una furiosa posición antisemita, que no tiene nada que ver con el antisemitismo de los racionalistas del Siglo XIX. Los prejuicios de Lutero son teológicos y no tienen relación con posturas racistas. Sólo una mala lectura de las obras de Lutero puede llevar a pensar y relacionarlo para apoyar las atrocidades cometidas en el Siglo XX.
Despejar algunas leyendas y mitos alrededor de la figura y pensamiento de Martín Lutero nos puede liberar para centrarnos en los aportes interpretativos que tienen valor en aquel entonces y ahora, no sólo en Europa, sino muy especialmente en América Latina, donde las comunidades que celebran su pensamiento puedan ser los espacios que anuncien la innegociable afirmación de la “justificación por la fe”, que nos permite ser iglesias radicalmente inclusivas. Las Escrituras sólo se pueden comprender desde esta afirmación central de la Reforma. Si ella cae, la misma Iglesia cae. La Reforma significa, en América Latina, ser las comunidades que viven de la SOLA FE en la SOLA GRACIA tal como SOLO CRISTO lo revela.
Pastor Lisandro Orlov
Iglesia Evangélica Luterana Unida en Argentina y Uruguay
[1] Lucien Febvre. Martín Lutero, un destino” Breviarios del Fondo de Cultura Económica. México. 1972.
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