Hermanos, sigan firmes y manténganse fieles a las enseñanzas que, oralmente o por carta, les hemos transmitido.

2 Tesalonicenses 2,15

Ahora que estoy avanzando en la senda de la vida, veo con cierta satisfacción y agradecimiento que algunas de las cosas que les he enseñado a mis hijos no cayeron en saco roto. Uno enseña con la mejor intención, ya que a ningún padre se le ocurriría darle a su hijo algo que le hiciera daño. Enseñamos con palabras, gestos y obras valores positivos como la rectitud, la honestidad, el trabajo y el esfuerzo. Lo hacemos por amor, lo hacemos con cariño y preocupación. Y así continúa algo en los hijos que viene de los padres.

El Apóstol Pablo se había preocupado mucho por acercar el Evangelio a los Tesalonicenses que, en definitiva, se manifiesta en el amor (¡incondicional!) al prójimo, tal como lo había enseñado y vivido Jesús. Evidentemente, hay problemas en la iglesia de Tessaloniki. Interpretaciones que fomentan un individualismo que, a la larga, destruye la com-”unidad”, aquella forma de convivencia que se manifiesta en el compartir, el caminar juntos, el dar testimonio.

¿No es esa la situación que estamos viviendo actualmente en la sociedad? Lo que vale es el individuo, tanto en el mundo “secular”, como también en muchas iglesias donde se predica la salvación privada, el “sálvese quien pueda”. Que el mundo, los “otros” caigan por el precipicio – quien importa soy yo.

La comunidad de fe cristiana tiene en el centro a Cristo. En él estamos unidos. Pero si lo reemplazamos por el “yo” (el ego), la comunidad pierde su razón de ser y la iglesia se convierte en un club.

¿El mundo podrá ver quién es nuestro Padre si nos alejamos de sus enseñanzas?

Reiner Kalmbach

2 Tesalonicenses 2,13-17

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