Elías se acercó a todo el pueblo y dijo: “¿Hasta cuándo van a andar rengueando de las dos piernas? Si el Señor es Dios, síganlo; si es Baal, síganlo a él.” Pero el pueblo no le respondió ni una palabra.
1 Reyes 18,21
Quizás haya muchas personas que no profesan ninguna fe, pero quienes decimos ser cristianos también andamos titubeantes y me da cierta pena ver como con tanta liviandad somos atraídos a la superstición y al pensamiento mágico que aún nos domina.
Cristianos con cintas rojas en las muñecas de sus manos para contrarrestar la envidia. Medallitas de San Benito contra los males y “los trabajos de brujerías” y la lista sería larga de usos y costumbres, como la ruda en los frentes de las casas para ahuyentar maldades, etc.
Después sin inmutarnos rogamos durante el culto a Dios por protección y decimos que Él es nuestro único Señor y Salvador.
En realidad solo somos malos negociantes con una religiosidad que está lejos de la verdadera piedad y el fervor. ¿En qué momento se nos metió en nuestras costumbres la consulta a las cartas sobre el futuro, el amor y el trabajo? ¿En qué momento dejamos de buscar en Dios y en la Escritura su Palabra y su Voluntad? Estamos rengueando entre Dios y la mundanidad o entre Dios y otras religiosidades.
Hoy es tiempo de doblar tu rodilla y “confesar” tu fe en el Dios vivo y verdadero, Señor y dador de vida. Testimoniar a su Hijo Jesucristo y dejarte iluminar por el Espíritu Santo de Dios.
Renovemos las promesas hechas en el Bautismo, renunciando a lo que nos separa de Dios; confesando y abrazando la fe que se fundamenta en la Palabra de Dios que se encuentra en las Escrituras y de ese modo poder decir: Yo sirvo al Señor, Él es mi único Dios, en Él confío. No quedaré defraudado.
Sergio López