Hubo un hombre, padre de familia, el cual plantó una viña, la cercó de vallado, cavó en ella un lagar, edifico una torre y la arrendó a unos labradores y se fue lejos. Y cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores, para que recibiesen sus frutos.
Mateo 21,33-34
Con esta parábola, Jesús está sacudiendo la conciencia de nosotros los cristianos que nos consideramos sus discípulos, que estamos acá representados por los labradores, cuyas características parecen ser:
- Buenos y esforzados que creían tener derechos y razón.
- Vivían “de prestado” (alquilaban), no eran dueños.
- Se habían esmerado en conseguir lo mejor en viñas.
- No quisieron compartir ganancias ni pagar al señor.
- Después de varios intentos “el dueño y señor” perdió la paciencia, les quitó la viña, dándosela a otros.
La advertencia está clarísima para que pensemos en nosotros mismos, en nuestra responsabilidad como creyentes en el Señor, y con qué seriedad la estamos asumiendo.
Sabemos que todo labrador debe contar con herramientas para hacer bien su trabajo. Para el cristiano-labrador se le hacen indispensables (como palas y azadas) instrumentos de trabajo tales como: amor, paz, perdón, solidaridad, bondad, justicia, generosidad…, se puede agregar mucho más.
Otro detalle importante es mantenerlas aceitadas, en buen uso cotidiano para no dejarlas oxidar.
Me paro frente al espejo y me pregunto: ¿Cómo están mis herramientas hoy? ¿Aceitadas o con óxido?
La viña es de Dios y Señor; nosotros estamos puestos en ella para trabajarla y hacerla producir, entregando los frutos al dueño de la propiedad. Todos tenemos una misión en la vida, para cumplirla Dios nos ha dado viñas de acción y talentos para hacerlas “rendir” como él espera. En ello nos va la vida.
Voy en tu nombre, mi Señor, a realizar hoy mi deber, en pensamiento o en acción, sólo a ti quiero obedecer. (Cántico Nuevo Nº 374)
Mateo 21,33-46