Y se ve claramente que ustedes son una carta escrita por Cristo mismo y entregada por nosotros, una carta que no ha sido escrita con tinta sino con el Espíritu del Dios viviente, una carta que no ha sido grabada en tablas de piedra, sino en corazones humanos.
2 Corintios 3,3
En el mundo antiguo se utilizaban mucho las cartas de recomendación para acompañar a una persona, por ejemplo si cambiaba de comunidad. Pablo mismo recomienda en la carta a los Romanos a la diaconisa Febe para que la reciban y la ayuden en todo lo que necesite. (Capítulo 16)
Y aunque estos testimonios no tenían mucho valor, eran necesarios en las iglesias cristianas.
Pablo sostiene que él no necesita cartas de recomendación y que el mejor testimonio sobre su vida eran los propios corintios. Cada uno de ellos ya era una carta viviente. El mensaje de Cristo había sido escrito por medio de Pablo, no sobre piedra, sino en sus corazones.
“De lo que abunda en el corazón, habla la boca” (Mateo 12,34). Nuestras palabras no salen simplemente de la boca, salen de lo que hay en nuestro interior. De lo que fue sembrado en nuestro corazón.
Es increíble cómo nuestras palabras o la forma en que nos expresamos nos delatan. Si en nuestro corazón anidan amargura, celos, envidias, rechazo, enojo, frustración… jamás podremos difundir o generar paz, respeto, aceptación, ánimo, esperanza.
Que Dios nos ayude a dar testimonio de nuestra vida de fe a través de nuestras palabras. Que podamos ser una carta viviente.
Stella Maris Frizs
2 Corintios 3,1-11