Miren cuánto nos ama Dios el Padre, que se nos puede llamar hijos de Dios, y lo somos.
1 Juan 3,1
Ser padre o madre es una de las experiencias más asombrosas de la vida. Solo llegamos a comprender plenamente el inmenso amor que un padre o madre siente cuando nosotros mismos asumimos ese rol. Antes de vivir esta experiencia y cuando solo somos hijos, es posible que no entendamos completamente el profundo amor de nuestros propios padres. La vivencia de la paternidad/maternidad nos ayuda a captar el GRAN y desinteresado amor de Dios (Padre) hacia cada uno de nosotros. Sí, así es, con ese amor tan profundo con el cual amamos a nuestros hijos, Dios nos ama a nosotros, sin condiciones.
Si ser padres/madres nos brinda un entendimiento del amor de Dios hacia nosotros, también ser hijos nos permite experimentar el amor divino. No somos insignificantes, sino que somos, ni más ni menos, que hijos de Dios. En una ocasión, observé en la parte trasera de un camión la siguiente frase: «No soy dueño del mundo, pero soy hijo del dueño».
Que el conocimiento de ser hijos de Dios no nos infunda altanería, sino más bien orgullo. Orgullosos de tener un Dios Padre que nos ama inmensamente y al ser sus hijos, contamos con un propósito significativo en este mundo. Que esta conciencia de nuestro lugar privilegiado, debido al amor divino, nos inspire con determinación para trabajar en beneficio del reino de Dios, el cual abarca un mundo de amor, justicia y paz para todos.
Armando Weiss
1 San Juan 3,1-3
Tema: Dios
Weiss, Armando Alberto, pastor, Iglesia Evangélica del Río de la Plata, Santa Rosa del Monday, Paraguay.