Jesús les dijo: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y terminar su trabajo… los sembrados ya están maduros para la cosecha. El que trabaja en la cosecha recibe su paga, y la cosecha que recoge es para vida eterna”.

Juan 4,34.36

Jesús continúa descansando junto al pozo de Jacob, y los discípulos lo instan a comer.

La respuesta de Jesús, según el evangelista Juan, es, por cierto, enigmática: La comida era para los sirvientes la paga por su trabajo.

Jesús se entiende como sirviente de Dios. Tiene un encargo que cumplir, una tarea que terminar por voluntad de él. Pero: ¿En qué consiste ese trabajo? ¿Levantar una cosecha? Dios inició el trabajo sembrando a través de sus profetas, por último, a través de Juan, “el Bautista”. Ahora había llegado la hora de terminar el trabajo, de cosechar. Y para ello Dios envía a su hijo a este mundo.

Durante décadas, siglos, el pueblo de Dios pudo experimentar el poder de Dios a través de la naturaleza, a través del apoyo en las batallas, en la observación del pacto de justicia. Pero, a pesar de los profetas, no alcanzó a conocer al Dios de misericordia y amor; al Dios que ama tanto a su pueblo, que se entrega totalmente por él. Para de-mostrar este amor incondicional fue necesario el sacrificio en la cruz.

Para nuestro bien, ahora el trabajo está terminado. ¿O necesitamos más para convencernos del amor de Dios? Podemos salir a proclamar la buena nueva acerca del Dios que es amor y no justiciero, que perdona y no condena y que siempre de nuevo nos invita a formar parte de su comunión. Y junto con Jesús cosecharemos vida eterna.

Federico Hugo Schäfer

Juan 4,27-42; Santiago 5,7-12

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