Viernes 13 de junio

 

Puesto que Dios ya nos ha hecho justos gracias a la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.

 

Romanos 5,1

 

En mi infancia, mis hermanas y yo participábamos en la catequesis en un bosquecito cerca de casa, donde usábamos troncos de árboles caídos como bancos. Recuerdo que cantábamos mucho y escuchábamos las historias bíblicas contadas con grandes y coloridas láminas por un vecino, que luego emigró a Brasil para misionar.
Unos años después, recibimos la visita del pastor Arning, que había llegado recientemente a la congregación de Montecarlo. Invitó a nuestra madre a que enviara a la catequesis infantil a mis hermanitas y a nosotros, los más grandes, a las clases de confirmación. Después de muchos años, nos reintegramos a la congregación en la que fuimos bautizados. Mi madre dejó de participar algunos años atrás porque el pastor de aquel momento le había preguntado: “¿Qué hacía en la iglesia si no había pagado la cuota de la membresía?”.
El apóstol Pablo, en la carta a los Romanos, hace un desarrollo claro de lo que significa ser justos. Justos, en el Antiguo Testamento, eran aquellos de los que Dios tenía compasión, aquellos que pertenecen a su pueblo. En la época de Jesús, se interpretaba que los justos eran los que cumplían con las leyes. Contra ello luchaban el maestro y luego Pablo también, cuando en la primera comunidad se consideraba que se tenían que cumplir algunos requisitos para ser parte de la comunidad cristiana. Solamente por medio de Jesucristo, por su entrega en la cruz, tenemos paz con Dios, somos “justos” y parte de su pueblo; ya no tenemos que agregar nada.
“Y cuando en Sión por siglos mil alumbre como el sol, yo cantaré por siempre allí su amor que me salvó” (Canto y Fe número 27).

 

Waldemar von Hof

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