Dijo Jesús: “¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve ¿Dónde están?”

Lucas 17,17

Ningún ser humano puede afirmar que se ha desarrollado hasta llegar a ser adulto tan sólo con su esfuerzo. Así es que no podemos decir: “Yo no le debo nada a nadie”, porque son muy pocas las cosas que a diario usamos y disfrutamos que no lleguen a nosotros mediante el esfuerzo y participación de otras personas.

Los cristianos sabemos, sí, que todo nos viene de Dios; pero el Señor usa muchos instrumentos humanos para bendecirnos, que nos dan de una u otra manera lo que nos hace falta. Y como cristianos debemos sentir la gratitud por tanto don recibido.

Hoy el Evangelio le habla a nuestro corazón con el relato de la curación de los diez leprosos. Yendo el grupo de Jesús y los discípulos camino a Jerusalén, se cruzan de pronto con una decena de personas enfermas de lepra; gente discriminada y mísera. Desde lejos todos claman a Jesús por misericordia para sanarse y salir de tan terrible situación.

El relato bíblico da a entender que el grupo no era parejo. Había uno de ellos que era “extranjero” (samaritano), que como tal sufría ser mal visto entre los judíos. Pero al parecer, el grupo olvidó su odio racial y como el drama los unía, lo aceptó como a uno de ellos. Al fin se vio que no eran iguales. Entre tantos ingratos, el samaritano regresó mostrando gratitud al Señor por haberle cambiado la vida: Y se postró rostro en tierra dándole gracias. (17,16)

Entonces, Jesús le preguntó por sus compañeros de ruta y desgracia y, sabiendo de sus curaciones, quiso saber dónde estaban. No sabemos qué, contestó el samaritano, pero con seguridad el Señor lo sabía, así es que lo bendijo y le aseguró su salvación.

¿Y nosotros? Sí, a nosotros Jesús también nos cambió la vida, pero si alguien preguntara dónde estamos, ¿qué se contestaría?

Podríamos decir que agradecemos con palabras incluidas en nuestras oraciones de gratitud. Tal vez, mostrar lo que hacemos con obras solidarias para nuestro prójimo en necesidad. ¿Todavía no?

Entonces, es hora. ¡Manos a la obra!                                                              

Alicia S. Gonnet

Lucas 17,11-19

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