Yo soy la vid, y ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto.
Juan 15,5
Vid verdadera
que surge de lo más profundo
savia de vida
enraizada en la esperanza
vida que es dada,
ofrecida, entregada,
eterna vida,
don gratuito al mundo;
vida que da vida
Espíritu de Dios que vivifica
plenitud de vida.
Tú eres la vid, Señor,
vid que es vida
vida que fructifica
vida fructífera, viña y cepa
uva y parra, vid verdadera.
Yo quiero ser rama, Señor,
linaje fecundo, sarmiento firme, trabajado zumo.
Que la vida
con la cual has impregnado
mi vida desde el bautismo
suponga una permanente donación
en el cotidiano servicio
en el sincero compromiso.
Quiero ser horado por entero
macerado
laboriosa y suavemente
por tus tiernas manos;
que el mosto de mi cuerpo
sea fermentado en brote nuevo cada día
todos los días.
Permite que mi copa generosa
sea un bálsamo al peregrino caricia refrescante a su dolencia sostén firme a su caminar cansino.
Quiero permanecer en ti, Señor,
para permanecer en tu Padre;
ser en Dios siempre,
Aquel que es dador de mi vida,
vida con sentido;
para que, estando, junto a quién
es sustentador de mis días,
pueda ser cada día tu testigo.
Quiero asirme a Ti, Señor,
asirme fuerte permanecer unido
a tu firme tronco y, unido a Ti,
unirme a mis hermanos
y, estando unidos,
dar fruto evangélico
frutos de amor, alegría, paz,
de paciencia y amabilidad
de bondad y fidelidad
de dominio propio y humildad frutos del reino.
Que el fruto de la vid sea
copa servida, mesa extendida, compartido fruto,
compartida vida; gesto sincero, concreto, fruto eterno.
David Juan Cirigliano
Juan 15,1-8