Yo Juan, vi y oí estas cosas. Y me arrodillé a los pies del ángel que me las había mostrado para adorarlo. Pero él me dijo: “No hagas eso, pues yo soy siervo de Dios, lo mismo que tú y que tus hermanos los profetas y que todos los que hacen caso de lo que está escrito en este libro. Adora a Dios”.
Apocalipsis 22,8-9
¡Con qué facilidad podemos equivocarnos los seres humanos! Días pasados me encontré con un muchacho en la calle. Me confesó que tenía dependencia con el alcohol y que necesitaba ayuda, que me pidió porque me reconoció como pastor. Su argumento fue: “Porque los pastores son intermediarios entre Dios y nosotros”. Tuve que contradecirlo. No, mi amigo, sólo Jesucristo es intermediario entre Dios y nosotros. Yo soy igual que vos, te puedo ayudar, puedo orar contigo, puedo contarte lo que Jesús puede hacer por ti, pero no soy superior ni estoy más cerca de Dios ni soy un mago que vaya a hacer milagros. Dios es quien puede transformar tu vida, pero TU voluntad no puede faltar. Me miró con cara extrañada, porque seguramente había recibido previamente conceptos muy distintos. Así que no debemos sorprendernos si nos pasan estas cosas.
También le pasó a Juan que quiso adorar al ángel, cuando no era más que un mensajero, un siervo de Dios. También pasa entre nosotros. Gente que se confunde y en lugar de adorar a Dios adora al mensajero. Gente que tiene fascinación por algún pastor o pastora, y que se confunde, que lo pone en un sitio que no le corresponde, en un pedestal completamente inadecuado a quien no es más que un siervo del Señor. La Palabra dice: ¡Sólo a Dios adorarás! ¡Sólo a él servirás! ¡Parece tan simple! Y sin embargo hay tanta confusión que tenemos que estar siempre alerta, por nosotros y por el prójimo.
Ayúdanos, Señor, y provéenos sabiduría para adorarte sólo a ti. Amén.
Marcelo Nicolau
Apocalipsis 22,6-15