¿Por qué mi dolor nunca termina? ¿Por qué mi herida es incurable, rebelde a toda curación?
Jeremías 15,18
¿POR QUÉ? Es una pregunta muy recurrente en nuestras vidas. Por qué esto, por qué lo otro. Quejarse y lamentarse por las cosas que nos pasan, o pasan alrededor nuestro es algo tan normal y tan cotidiano que ya se volvió un hábito, un mal hábito. Siempre hay alguien quejándose de algo por alguna razón y, no siempre hay alguien actuando para generar un cambio en aquello que molesta, que hace daño, que oprime. Insisto, es un mal hábito, pues quejarse constantemente nos deja ciegos, sordos y mudos, pues no nos permite ver todas las maravillas que nos rodean y que son motivo de alegría y gratitud, no nos permite ver a los demás como prójimos. No nos deja oír las melodías de la creación que calman nuestras almas y alivian nuestras penas, tampoco oír el clamor de los demás y, de tanto hablar de nosotros mismos nos olvidamos de hablar por quienes no tienen voz. Es un mal hábito porque nos paraliza y no nos permite actuar en favor del cambio por una realidad más justa y equitativa. No nos permite ver el dolor ajeno, ni siquiera nuestro propio dolor.
El profeta, reconoce su dolor y sus heridas y se queja por la molestia que le produce. Y nosotros, ¿Cuáles son los dolores que padecemos hoy y cuáles las heridas que tenemos en nuestro ser y que no se curan? ¿Cuáles son las quejas que repetimos a diario y cuáles las acciones que llevamos a cabo para cambiar?
Que podamos tener una fe tal que nos permita actuar en favor de los cambios que son necesarios en nuestra sociedad, nuestro entorno y en nuestra vida cotidiana. Amén.
Karla Steilmann
Jeremías 15,10.15-21