Hermanos, quiero que ustedes sepan algo respecto a los dones espirituales.
Ustedes saben que cuando todavía no eran creyentes se dejaban arrastrar ciegamente tras los ídolos mudos. Por eso, ahora quiero que sepan que nadie puede decir: “¡Maldito sea Jesús!”, si está hablando por el poder del Espíritu de Dios. Y tampoco puede decir nadie: “¡Jesús es Señor!”, si no está hablando por el poder del Espíritu Santo.
1 Corintios 12,1–3
Si el ser humano, sin Dios, es capaz de oír y creer en todo lo que dicen los demás, podemos pensar y creer en cosas de este mundo con una fe ciega, y caer en la idolatría como los Corintios.
Cuando no estamos preparados, podemos hacer o decir cosas incorrectas. Pablo señala a los Corintios que cuando no eran creyentes, creían en ídolos, pero que hay un Dios que vive con el Hijo, y un Espíritu que habla por ellos. El Espíritu nos revela cosas maravillosas, nos permite hablar con certeza; ese Espíritu que es capaz de bendecir a todos en el nombre de Jesús, porque arde en nuestro corazón y nos consume para hablar con autoridad. Si no tenemos ese Espíritu, no podemos más que maldecir, reprochar y renegar cuando algo no está bien, cuando no es lo que esperábamos en nuestra vida. Pero también debemos reconocer que el Espíritu Santo se manifiesta de muchas maneras en nuestro diario vivir.
Te damos gracias, Señor, porque nos diste un espíritu que nos guía y nos acompaña en esta vida. Ese Espíritu que se manifiesta y nos infunde confianza, certeza y sabiduría para confesarte como Señor y salvador de nuestra vida. Con la fuerza del Espíritu nos invitas a confesar y creer en tu amor y en tu poder. Amén.
Julio Cesar Caballero