Yo también quisiera oír a ese hombre.

Hechos 25,22

 

El Apóstol Pablo tenía algo para decir,

tenía palabras para compartir,

un mensaje capaz de transformar

las vidas lastimadas, desesperadas y abatidas

de las personas humildes de su tiempo.

Pero también palabras que desafiaban

a quienes nunca habían oído hablar

de las promesas de un Dios que era más

que aquello de lo que hablaban

en los templos y en las sinagogas.

Palabras de esperanza, de consuelo,

de sanidad, de libertad, de resurrección.

Y también palabras de denuncia,

palabras pronunciadas sin temor

porque estaban sostenidas en el mandato divino

de ser sal y luz en medio

de un tiempo desabrido y oscuro.

Y el rey Agripa quiere oír a ese hombre

de voz clara y de palabras profundas.

¿Te ha pasado alguna vez

que alguien haya querido oírte hablar de las cosas de Dios?

Si te pidieran dar cuenta de tu fe,

¿qué palabras saldrían de tu boca?

¿Tienes algo para compartir

con quienes sufren, con quienes tienen miedo,

con quienes se sienten desorientados?

¿Hay palabras en tu corazón para desafiar

a quienes necesitan ser conmovidos

por el Evangelio de Jesús de Nazareth?

Ante los poderosos que hacen su negocio,

que ignoran las necesidades de los más humildes,

que promueven políticas de ajuste, desempleo, hambre…

¿qué tienes para decir desde tu fe?

¡Qué bueno si alguien alguna vez dijera de mí, de vos:

“yo también quisiera oír a ese hombre, a esa mujer”!

Gerardo Oberman

Hechos 25,13-27

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